sábado, 1 de enero de 2011

Periodismo

Arranca 2011. Año crucial en el que tendrán lugar unas decisivas elecciones municipales y autonómicas. No sé si estarán de acuerdo conmigo pero creo que vamos a las urnas afectados de una grave enfermedad: la opacidad y el oscurantismo de los políticos, las empresas y las instituciones. Me explico.

Lo he dicho en alguna ocasión. Creo que no corren buenos tiempos para la libertad de información. Este siglo XXI tan tecnológico, tan interconectado y tan viral, ha traído consigo, paradójicamente, un deterioro en las relaciones entre el poder y la prensa.

No faltan ejemplos que lo demuestran. Les pondré algunos:

-- Ruedas de prensa sin preguntas. De un tiempo a esta parte, líderes políticos y altos ejecutivos han optado por convocar a los periodistas para difundir sus mensajes sin permitir que estos intervengan para requerir más información sobre lo que consideren oportuno. Citan, comparecen, ‘colocan’ su comunicado y hacen mutis por el foro. Nada de preguntas incómodas, nada de dar cuenta a la opinión pública. El mal comenzó en la política nacional pero se ha extendido a ámbitos regionales y locales.

-- Los periodistas cuanto más lejos, mejor. La Zarzuela también optó hace algún tiempo por dejar fuera a la prensa de actos y recepciones en los que hasta ahora estaba presente. Esas citas permitían a los profesionales de la información acceder a personalidades de primer nivel con los que departir, de forma más o menos informal, sobre temas y cuestiones del momento.

A su vez, en alguna campaña electoral reciente se han producido quejas por parte de los periodistas que seguían a los partidos políticos tras ser confinados por los organizadores en reductos cerrados, sin posibilidad de moverse libremente y acceder a los candidatos.

-- Nada de cámaras en la campaña electoral: sólo señal institucional. Ni el PSOE ni el PP permiten ahora a las cadenas de televisión el libre acceso a los actos electorales en los que intervienen Zapatero y Rajoy. Las cámaras oficiales graban y editan esas intervenciones que, una vez ‘enlatadas’ a gusto del partido, quedan a disposición de los canales. Se ‘cocinan’ los mítines mediante la selección de planos, de eslóganes, de las reacciones del público que más interesan, con el argumento de que así las televisiones ahorran costes.

-- Opacidad de las fuentes oficiales. No quiero caer en injustas generalizaciones porque hay grandes profesionales al frente de la comunicación institucional en nuestro país. Sin embargo, es llamativo el enorme desgaste que suele requerir por parte del periodista su intento de crear una relación de confianza, abierta y transparente, con los portavoces de la Administración y las grandes compañías.

En muchos casos, se entiende que publicar una información crítica con la institución (sea verdadera o no) es una muestra de abierta hostilidad, se barruntan las más oscuras intenciones y supone con demasiada frecuencia la sentencia de muerte a esa vía de comunicación abierta entre portavoz y periodista. Esta actitud demuestra que algunos portavoces no buscan facilitar el trabajo de los informadores para que sus noticias sean veraces sino evitar cualquier referencia negativa sobre su empresa. Insisto: sea ésta verdad o no.

-- Internet, un medio bajo sospecha. A mi modesto modo de ver, a todo lo anterior hay que añadir, por último, la irrupción de Internet como plataforma de difusión de noticias. El periodismo en la red ha nacido con el estigma de la falta de solvencia y el rigor. Es mal visto incluso por parte de veteranos profesionales de la comunicación.

El escepticismo de algunos deriva de la idea de que el ‘low cost’ de esta prensa (que no necesita de millonarias inversiones en rotativas, licencias de televisión o postes de radio) es señal inequívoca de incompetencia. Esto ha provocado también un cierto arrinconamiento institucional para los profesionales de este sector: en la entrada a parlamentos, viajes oficiales, convocatorias de prensa o en la asignación de publicidad oficial.

Mordazas y más mordazas

Como se puede comprobar, la tentación de desplegar un ‘corralito’ informativo a la prensa está al cabo de la calle. Y, visto lo visto, la decisiva cita con las urnas que se avecina va a constituir una buena ocasión de comprobar que la caza al mensajero está más viva que nunca.

Tengo para mí que ha llegado el momento de que la profesión se plante y diga, alto y claro, que no va a tolerar más prácticas anómalas que convierten a los periodistas en simples comparsas. Los directivos de los medios de comunicación deben ser los primeros en dar la batalla.

Si el mediador se planta, si el intermediario se niega a convertirse en un mero repetidor de mensajes, la acción calará. Los políticos, los organismos públicos, la administración, las empresas y cualquier institución que se precie necesita llegar a los ciudadanos: sin esa vía de penetración en la sociedad está perdida.

La sociedad española necesita esta reacción. Es preciso evitar a toda costa que el poder establecido convierta la información en simple propaganda. Hay mucho en juego.


Fuente: El confidencial

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